Muchas veces he dicho que cada ciudad está en su mejor momento el día del maratón. Cuanto más grande es la ciudad, mejor es el día, ya que cientos de miles de ciudadanos hacen cola en las pistas durante horas para animar a decenas de miles de corredores, la mayoría de los cuales no conocen.
Consideremos ahora la centelleante mañana y tarde de otoño en Nueva York el domingo, el sol brillando en el puerto y el horizonte del centro de la ciudad mientras unos 53.000 corredores saltaban (bueno, algunos no dieron muchos saltos, pero eso no importa) a través del Estrecho de Verrazano. Bridge, siguiendo los cinco distritos hasta la meta, y tendrás la receta para el maratón perfecto.
Los residentes de Bedford Avenue en Williamsburg, Brooklyn, se llevan a casa la medalla a la multitud más ruidosa y larga. Felicitaciones a ellos y a los residentes del sur del Bronx que están convirtiendo esta parte de la ruta en un puesto de frutas de una milla de largo. Nunca has visto tantos plátanos y naranjas gratis, y también tantas galletas y munchkins en oferta.
Ahora agregue este elenco estelar de atletas olímpicos y otros campeones, y el día del maratón se vuelve aún más perfecto.
Admito los prejuicios. Soy neoyorquino. El domingo fue mi maratón número 15 en Nueva York. Y mientras mi mente pasaba de la inmensa gratitud por todo este apoyo de una multitud tan colorida como la ciudad al dolor que se acumulaba lentamente en mis quads, seguí pensando: «Vaya, debe haber una carrera seria en cabeza.
Y hubo algunos.
Terminé y me puse al día con los resultados: Sheila Chepkirui superó a la campeona defensora Hellen Obiri en el último kilómetro para ganar en 2:24:35 y la estrella holandesa Abdi Nageeye lideró un campo lleno que incluía al campeón olímpico y ganador Tamirat Tola de Nueva York en 2 :07:39.
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Aunque lamenté haberme perdido las llegadas (lo siento, esta gente es demasiado rápida para mí), saboreé cómo había sido esta carrera.
Fue una carrera, no una contrarreloj, como lo han sido gran parte de las carreras de maratón.
El mes pasado en Chicago, con la ayuda de marcapasos en un recorrido mortalmente llano, Ruth Chepngetich rompió el récord mundial de maratón femenino, marcando 2:09:56.
Las carreras masculinas en estos recorridos rozan regularmente la marca de las dos horas. Es sólo cuestión de tiempo que esto se convierta en la norma allí. Luego están Nueva York y Boston. Cursos montañosos sin líderes. Todo es táctica y espera del momento para actuar o decidir intentar tapar la de algún competidor.
Es una carrera a la que Tola, Obiri y muchos otros atletas olímpicos parisinos se inscribieron con grandes esperanzas a pesar de haber competido hace apenas tres meses en un recorrido brutal. Porque aquí podrían pensar durante todo el curso, jugar al gato y al ratón durante más de dos horas y luego decidir cuándo ir.
No tuvieron suficiente el domingo en la recta final. Pero qué delicia ver este tipo de carrera. Es posible poner a prueba los límites de los logros humanos. Nueva York –y Boston también– nunca lo harán.
Y gracias a los dioses del running por eso.
(Foto: David Dee Delgado / AFP vía Getty Images)