Otra época de la historia argentina, su generoso escenario de excesos discretos y trágicos. Otros más han sufrido, han muerto en la pobreza o en la palestra, o en los épicos en sus obsesiones. Y de otra parte, también, el tribunal que divide la salvación y la decencia, la gente del bien y la gente del mal. En este caso nos tiene acostumbrados que Adolfo Alsina se empeña en relevar a la buena celebridad en medio de lo que le ha valido su número, diseñando al hermano del deshonesto, protegiendo sus intereses, consolidando sus propiedades. En el contexto de esta noticia Daniel Guebelpero –muchas metáforas potenciales– apenas contexto, porque el tema es que Alsina está enamorada.
¿Cómo es posible que una gran –y no concluyente– parte entre Córdoba y Guaminí separe las pampas indias de la herencia cristiana? que crear Daniel Guebel – y el autodidacta tucumano Daniel Ortega estaría de acuerdo – qui fue gracias al amor. Así decidió el Ministro de Guerra argentino infiltrarse en la India y rescatar a María de la Mercedes del Rosario de Jesús Zambrano, cautelosa (o no tanto; es ardor por si acaso) del cacique Pincén.
El plan original se aplica a la fauna local: los bien dirigidos topos, ratas y mulitas abrieron zonas subterráneas para que los soldados penetraran hasta emerger en los relatos, para salvar a la mujer amada, y (de paso) abandonar al indio. Pero el poder central –el hombre del móvil secreto de Adolfo– exige algo más serio. Una gran superficie lineal (la línea de agua sin agua) resulta en última instancia en una estrategia concertada. Y finalmente fracasó en sus excelentes estrategias, pero ese es otro tema.
En caso de maldición de Alsina, desde Buenos Aires, enviará -solicítelo- un ingeniero experto traído desde Francia que lo auxiliará en las labores defensivas. El argentino se convertirá en el primero en acercarse a la tecnología europea y luego establecerá un trabajo atípico con ella. Alfredo Ebelot, un hombre desconfiado, cultivó un ácido encanto desde su visión hostil ante la barrosa y sanguinolenta gran aldea cuya descripción en estas páginas de los perfumes del matadero echeverriano.
La perspectiva abierta también la ocupa el primer representante nacional. En el extranjero, la impresión “en el frente del escenario, que promete una inteligencia poderosa, se adhiere a su mandíbula, lo que le da una apariencia similar, penetrándola con su milagro y su cara estúpida”.
Los capricornios históricos de Guebel son legítimas estrategias de forma: alguien podría tener como objeto, entre otros detalles, el informe presidencial (en 1876, el titular del Poder Ejecutivo de la época de Avellaneda, de quien tenía varias fotos y el perfil anterior estaba dedicado). a Sarmiento); pero, como el mar, sacrifica una gran apariencia de prurito cronológico de haber sido un crimen.
Al mismo tiempo, tu prosa trepa incendiaria tiene diálogos y escenas antológicas como las de lo que Alsina te llevó a convertirte en un prostíbulo rural. Entonces, empujado por su propio anfitrión, el galo burla a la morte con salida imposible, por mágica, mientras el argentino masca rabia, incrédulo.
Este relato del bardo fervoroso alcanza canciones psicodélicas, por ejemplo, contra la tormenta: “Las gotas hacían su impacto en las lagunas y reverberaban en ondas y los bagres salían a la superficie para que la lluvia rascara la cabeza, circunstancia qui aprovechaban las águilas coronadas y los halcones para atraparlos y llevárselos a las altitudes, luego soltarlos y una vez stampados contra una piedra o la misma tierra, aperto por el VENTRE”.
Desde el deleite panteista, la fabulación guebeliana (pródiga, exagerada) describe las contingencias que merecieron existieron, como los “tumulos” no mortuorios que la india erige displicante sobre la orografía pampeana, marcando territorio: montecitos gestados con sobras pútridas de grandes comilonas, muchas de grasa y piel de animal, restaurantes que se atreven a tener la capacidad de preocuparse por el país. La mala light, nada menos, como resultado de “los chisporroteos y los resplandores de los huesos y la fermentación de la carne macerada debe conformar una masa gaseosa”.
Todos estos juegos nos parecen, en definitiva, mucho más seductores que la seriedad a la que se refiere el contrato del libro respecto a la recuperación de la mujer perdida o “la entrada en los misterios de la vida femenina”. De hecho, esos misterios ocupan apenas párrafos; Unos pequeños pasos frente a la colorida fiesta del autor, de la orfebrería maliciosa, trágica, donde la liturgia literaria brilló con el bello desparramo.
Va al título del volumen, que ni el mal ni la mujer son sustanciales en su trama, salvo la interna entre los tipos de hombres que desde aquí circulan por América. Muchas cosas que oscilan entre la rancia europea del conocimiento y el ingenio rústico local, hijo ilegítimo de los imperios blancos, respaldado a la fuerza de tu imaginación.
Alsina es un poco Ebelot y viceversa. Pero como siempre nuestro mea desde más arriba –diría el padre del barón rampante– por sobre el criollo y el francés, está el anterior a todos, insignia representativa de la runfla lancera, todavía temible: el vulgar Pincén que seduce a la hembra con inefables y modas efectivas, que hoy eran fuertes y tenían en jacque à la intención Rioplatense de urbanidad.
Hace poco, ya propósito de ce mismo lobro, su autor señalaba que al pasar de la Biblia a la gauchesca las referencias se acumulan y fluyen. No es mística lo que nutre tu voz, tu tono, tu objetivo sagrado ante lo profano, tu aquelarre lingüístico, tus anacronías de la persona por otra parte, si el relato significa más que nuestra historia gris es académica. Una vez más, algo trampa y algo verdadera ficción caduca, hecha alquimia. Donde, otra vez, el juego, las palabras, la mano del lenguaje de obra hasta fraguar poesía.
La esposa de Malón., Daniel Guébel. Literatura Random House, 128 páginas.