Encuesta Diálogo Interamericano

Derrota política de Daniel Ortega el 7 de noviembre

El levantamiento cívico de abril de 2018 estableció un punto de inflexión en Nicaragua. La explosión social que movilizó a cientos de miles de personas durante más de tres meses a través de manifestaciones, barricadas y paros, exigiendo libertad, democracia y elecciones anticipadas, provocó una crisis política irreversible en la dictadura de la familia Ortega-Murillo. El régimen autoritario, que no estaba diseñado para gobernar con la oposición, respondió con una violencia represiva inusual. Durante las protestas nació una nueva mayoría política prodemocrática, que se mantiene sin cambios hasta el día de hoy, aunque no cumplió con sus objetivos originales de democratización y justicia.

Las últimas encuestas realizadas por CID Gallup, en septiembre y octubre, revelan que una mayoría del 65% de la población votaría el 7 de noviembre por una fórmula de candidatos de oposición si no estuvieran en prisión, frente al 17% que apoya abiertamente a Ortega; y que incluso el 65% exige la liberación de presos de conciencia y la cancelación de juicios políticos. El techo político de esta mayoría blanquiazul se extiende al 76% de los nicaragüenses que consideran que, bajo la dictadura de Ortega, el país va en «mal rumbo», y el 78% dice que la reelección de Ortega, sin La competencia política y excluyente de la oposición, no obtendrá legitimidad nacional e internacional.

La consolidación de esta mayoría política sepultó el proyecto de instaurar una dictadura dinástica mediante la sucesión en el poder de Daniel Ortega a su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, como estaba previsto antes de abril de 2021. Tras la masacre y la “Operación Limpieza” en 2018, Ortega impuso un estado policial con puño de hierro, restringiendo todas las libertades democráticas. Sin embargo, a pesar del control político absoluto del sistema electoral, no se atrevió a arriesgarse a poner el poder en juego en unas elecciones libres y competitivas. Entre junio y agosto de este año, el candidato reelecto y jefe supremo de la policía eliminó la competencia electoral al encarcelar a siete aspirantes a candidatos de la oposición y a más de 30 líderes políticos y cívicos: activistas, campesinos, estudiantes, empresarios, periodistas y defensores de derechos humanos. -representando a todo el espectro político nacional, y despojados de su personería jurídica a los dos únicos partidos políticos de oposición. De esta manera, Ortega perdió dos veces las elecciones del 7 de noviembre: primero, durante las protestas cívicas de 2018, cuando ejecutó crímenes de lesa humanidad para sofocar la rebelión de abril y, ahora en 2021., enfrentó el desafío de un liderazgo unificado de la oposición. en las urnas, cuando se vio obligado a cancelar el proceso electoral.

En el contexto de esta doble derrota política, el caudillo del FSLN será reelegido este domingo sin competencia, entrando en su cuarto mandato consecutivo de gobierno bajo su más grave crisis de legitimidad política nacional e internacional. El régimen de Ortega y Murillo ya no será visto como un régimen híbrido, una democracia imperfecta o un autoritarismo competitivo, sino una dictadura, con las consecuencias políticas y económicas derivadas de su aislamiento internacional, y la ruptura de las alianzas nacionales que le permitieron gobernar. con estabilidad entre 2007 y 2017. Por supuesto, Ortega puede prolongar la agonía del régimen, lanzarse al poder con la Policía, los paramilitares y la complicidad del Ejército, y fortalecer sus alianzas con Cuba, Venezuela, Rusia, Taiwán, Irán y Bielorrusia, pero a un costo económico, social y humano cada vez más intolerable para la sociedad nicaragüense. Mientras tanto, el país oscilará entre la incertidumbre de llegar a un impasse, con el agravamiento de la crisis social que se traduce en una mayor migración hacia el norte y el sur, y la expectativa de que solo la máxima presión política, nacional e internacional, pueda lograr el equilibrio de poder. modificarse para allanar el camino hacia nuevas elecciones libres.

El primer paso, a partir del 8 de noviembre, es enfrentar la crisis de los 150 presos políticos que la dictadura ha tratado de invisibilizar, porque nunca ha podido romper políticamente con la prisión y la tortura. Para Ortega, son rehenes y moneda de cambio en una posible negociación. Para el movimiento a favor de la democracia, representan un símbolo de resistencia y la esperanza de liderazgo para el cambio. Por tanto, la demanda por la liberación de los presos de conciencia debe ser mucho más que una pancarta diaria sostenida por sus familiares, para convertirse en la principal estrategia política nacional e internacional para debilitar al Estado policial. La presión para cambiar el equilibrio de poder comienza con la liberación de los presos políticos y la cancelación de juicios simulados, con el fin de preservar todos sus derechos políticos.

La oposición política, decapitada por la represión, inició su proceso de reorganización en el exilio, sin proclamarse portavoz de un gobierno provisional ilusorio ni de los dirigentes presos, sino solo como facilitadora de un proceso de unidad nacional, que llama al diálogo, a la capacidad. para la comunicación con la comunidad internacional y, sobre todo, para reconstruir las bases de la resistencia ciudadana en el país. En un momento en el que no hay condiciones para la batalla electoral, la oposición se enfrenta al desafío de reactivar las redes de resistencia ciudadana y de conectarse con las demandas de la población ante el aumento del costo de la vida y el desempleo que empobrece. las grandes mayorías y estratos medios, incluidos los funcionarios públicos, que también son rehenes del régimen.

Con un obispo y varios sacerdotes en el exilio y cinco líderes empresariales en prisión, Ortega fracasó en su intento de someter a la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica y reconstruir su alianza corporativa con las grandes empresas. La Iglesia es la institución más creíble del país y seguirá ejerciendo un poderoso liderazgo moral en la defensa de los derechos humanos y las demandas de justicia. Por otro lado, a pesar de su peso dominante en la economía nacional, los líderes empresariales del sector privado guardan silencio por temor a las represalias del régimen y han renunciado a ejercer un rol cívico, aunque no han otorgado ninguna legitimidad política en Ortega en su deriva totalitaria.

En un paréntesis de tres años consecutivos de recesión, mientras la economía se beneficia de la dinámica de la demanda externa, las negociaciones entre grandes empresas y asociaciones económicas con el Gobierno son posibles en los próximos meses, en aras de mitigar políticas económicas exorbitantes. , pero es poco probable que intenten revivir un modelo fallido, respaldando políticamente a la dictadura en el anunciado diálogo nacional. Por el contrario, ante la inminente revisión y posible suspensión de Nicaragua del DR-Cafta provocada por Ortega y el colapso del orden democrático, se debe alentar más a la gestión de las empresas a recuperar la autonomía, a ejercer presión e imponer límites institucionales. sobre la dictadura, para contribuir a la búsqueda de una solución democrática que dé una solución duradera a la crisis económica.

La comunidad internacional, encabezada por la mayoría de las naciones de la OEA y la Unión Europea, ya adelantó su juicio sobre la farsa electoral del 7 de noviembre, anticipando que los resultados de la votación no cumplen las condiciones para una elección democrática. Ignorar al régimen de Ortega no equivale a una ruptura diplomática o expulsión de la OEA, sino a formas más efectivas de presión política y económica, como la ley Renacer aprobada esta semana en el Congreso de Estados Unidos, para debilitar el poder de Ortega para reprimir sin consecuencias. . Sin embargo, la única salida a la crisis política del régimen es Managua, no Washington o Bruselas. Y, por tanto, la presión diplomática debe centrarse en cómo incidir en el restablecimiento de las libertades democráticas en Nicaragua. El régimen de Ortega puede soportar sanciones internacionales, individuales o institucionales por un tiempo, pero no puede gobernar ni un solo día sin perder el control del poder si se suspende el estado policial.

La derrota política de Ortega el 7 de noviembre será siempre incompleta, siempre que no genere una mayor presión nacional e internacional para recuperar las libertades de reunión, movilización, prensa y expresión, y el derecho a elegir y ser elegido en Nicaragua. A partir de este momento, la oposición democrática que hoy se encuentra en prisión y en el exilio se convertirá en un poder alternativo para negociar las reglas de la transición democrática, con o sin Ortega y Murillo.

Este artículo se publicó originalmente en español en nuestro sitio web. Nuestro personal lo tradujo al inglés.

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