Dos vidas: mi adiós a Emilio
Nunca intentamos cambiar de lugar, ni engañar a nuestras novias, porque físicamente éramos diferentes. Era un poco más alta que él y mi cabello no era tan rizado.
Mi mamá solía decir que éramos un milagro inesperado el 21 de noviembre de 1980. No sabía que éramos gemelos hasta que nos realizaron una cesárea. Fui el último en ser encontrado en su útero, cuando los médicos creyeron que el parto había terminado. Habían sospechado que había otro bebé cuando notaron que mi hermano Emilio era pequeño, pero la barriga de mi madre era enorme.
Sus primeras lágrimas fueron de sorpresa al ver la doble vida que asomaba ante sus ojos. A diferencia de nuestras características físicas, estas dos vidas tenían más similitudes que diferencias en nuestros más de 40 años de historia juntos. Éramos amigos y rivales en el sentido positivo de la palabra, como suele ocurrir entre hermanos.
Amamos la literatura. Leía a Neruda cuando estaba enamorado y yo leía a César Vallejo cuando me sentía triste. Le tomé prestados los versos del poeta chileno cuando fue mi turno de enamorarme, e inclinó la cabeza y dijo: «Hay golpes en la vida, tan duros … ¡no sé!». [first line of a famous poem by Cesar Vallejo] cuando su ánimo haya decaído.
La poesía siempre ha formado parte de nuestra fraternidad. Escribíamos versos en papel amarillo, sentados en el techo de nuestra casa, hasta que un día interrumpí este proceso y decidí convertirme en periodista. Pasé a la prosa, cuando ya estaba formando su primer grupo literario. Lo llamó “Los Hijos de Mombacho”, por el volcán que se veía desde Nandaime, el lugar de nacimiento de mi madre, ubicado a 67 kilómetros de Managua.
Algo curioso ha sucedido con otro aspecto de nuestras vidas. Después de vestirnos de niños, más tarde, las ganas de ser diferentes crecieron en nosotros, hasta que cada uno forjó su propia identidad.
En la primaria, yo era el disciplinado, por ejemplo, y en el bachillerato seguí como tal hasta convertirme en uno de los mejores alumnos de Loyola, el colegio de los jesuitas. Me gustaba usar camisas largas y holgadas, porque esa era mi forma de ser diferente, aunque el resto de mi mundo giraba en torno a objetivos académicos.
Aunque Emilio tenía sus propios desafíos, siempre vestía elegantemente, hasta el punto que no sorprendió a nadie cuando se convirtió en abogado. Los que lo amaban ya habían precedido sus saludos con el sonoro título de «Doctor».
Cuando ingresamos a la universidad, quería ser rebelde, pero por dedicación se convirtió en uno de los mejores abogados que he conocido. Con cariño e ironía, comencé a llamarlo “Luzón Peña” porque supo recitar pasajes enteros del libro de derecho penal de este autor y analizarlo de manera brillante. Con la misma perseverancia, estudié derecho administrativo y procesal penal. Se convirtió en profesor de derecho y también fue uno de los mejores.
Por otro lado, una vez en la universidad, desafié mi memoria recordando números de teléfono y citas de libros queridos, al mismo tiempo acumulando conocimiento de todo lo que pude en la tarea que me impusieron para describir la realidad, así es como veo el trabajo de periodismo. Todavía recuerdo el número de teléfono – 2331125 – del teléfono de marcación amarilla en casa en Las Mercedes, Managua, nuestro paraíso de la infancia. Más tarde, memoricé números de teléfono de otras fuentes y continué alimentando mi memoria con ellos hasta que el sistema telefónico nacional aumentó el número de dígitos y los perdí.
Con el tiempo, a pesar de nuestros esfuerzos por tratar de ser diferentes, comenzamos a parecernos cada vez más. Gestos. Detalles. Empecé a vestirme más formalmente, no a sus trajes y corbatas favoritos, pero al menos no éramos polos opuestos. A los cuarenta ya amamos la música de nuestros padres, y nos enfrentamos al mundo como el de Cabistan, hasta la médula: poetas ingeniosos, locos; y en el caso de las mujeres, fuerte y brillante.
Recuerdo estos detalles el 8 de septiembre de 2021, todavía sorprendido por el anuncio del fallecimiento de mi gemelo. Los comparto para cualquiera que pueda encontrarlos interesantes, y especialmente para su hijo Isaac, que perdió a su padre tan temprano en la vida, para que los lea en el futuro.
Hasta ahora, los años más dolorosos para la familia habían sido 1990 y 1991. Este último año tuvimos que recuperar el cadáver mutilado de mi tío «Flaco» (flaco), luego de un accidente. Habían pasado apenas dos meses desde que murió mi abuelo. El tío «Flaco» era Manuel Salvador Cabistan Bonilla, el gemelo más cercano a mi familia inmediata. Su hermano, Manuel de Jesús, murió de meningitis cuando era pequeño. «Flaco» tenía 36 años cuando murió.
La muerte de mi abuelo Eduardo, seguida de la del último de sus mellizos, fue un duro golpe para mi abuela Tere. El velatorio de su esposo cayó el 7 de diciembremi [Nicaraguan holiday celebrating Maria’s conception]. En la casa le cantamos a la Virgen María. El ataúd de un lado, la virgen del otro y, en el medio, nuestra fe religiosa.
Desde 2020, en medio de la tragedia nacional provocada por la pandemia, mi madre y sus hermanos han recibido más palizas. Hemos perdido a Esther y Eduardo, nuestros tíos mayores; mi tía China, la enfermera, hace dos meses; y ahora mi gemelo. Me quedé sin palabras cuando escuché la noticia, pero tengo unas palabras que decirle a Isaac, en medio del dolor: “Tu padre, mi hijo, fue un gran ser humano y abogado.
Cuando pueda regresar a Nicaragua, visitaré su tumba y le diré a Emilio, acompañando mis palabras con flores, cuánto lo extraño.
Este artículo fue publicado originalmente en español en Confidencial y traducido por Havana Times.