El valor de las lágrimas y las sonrisas – Prensa Libre
Con razón, la civilización occidental ha encontrado en la paradoja fundada en la muerte, el martirio y la religión, un remanso de paz para afrontar la miseria y proyectar su futuro.
Es de naturaleza social aspirar al progreso y los logros creando aventuras de cambio; ya que siempre nos hemos sentido obligados a transformar las formas de ver el mundo y las acciones en él. Haciendo las inevitables lágrimas y sonrisas, lamentos y sueños como si fueran las alas de un pájaro volador.
Acercarse a la tristeza y al sufrimiento como presagios seguros de muerte, buscando apaciguar sus impactos, es posible si buscamos en los demás lo inevitable en nosotros. Es común sentir pasar la muerte si no llama a nuestras puertas y debilitar el cuerpo mientras gozamos de buena salud. Por eso no es inevitable decir: «el final de mi vida se acerca a medida que avanzo», más bien fortalece el sentido de la existencia y permite afrontar las dificultades más urgentes y cotidianas con realismo emocional.
Ser misericordiosos -como quien siente la miseria del otro y lo ayuda- en la forma que enseñó el Maestro de Nazaret y que practicó la Madre Teresa de Calcuta, nos cuesta tanto porque es normal aprender solo esto. Que vivimos en nuestra propia piel. Y no siempre tenemos la actitud de ser siquiera empáticos con alguien que no está en nuestro mejor interés. Por lo tanto, es necesario hacer esfuerzos para “apoyar a quienes apoyan” a las personas vulnerables de la comunidad. La misericordia está arraigada en el alma cuando emulamos los buenos ejemplos de los demás. La misericordia es la práctica del amor que define a toda persona adulta, de tal manera que al aliviar las dolencias ajenas, curamos nuestras propias dolencias.
Lo más destacado del ciclo anual como el inicio del verano, los períodos navideños, el aniversario de la muerte de la abuela, los recuerdos de una tormenta, etc., se configuran y rehacen continuamente, evocando estos días, ya sean lágrimas o sonrisas. . Por tanto, es fundamental dedicar el tiempo suficiente a estos acontecimientos del pasado, con símbolos construidos por nosotros mismos, por ejemplo: con comidas para disfrutar, en lugares de referencia, invitando a la familia y amigos a encontrarse; cantar los cantos de siempre, hacer oraciones colectivas, estar en comunión con todo lo que nos acerca; de una manera que enjuga las lágrimas o las incorpora para transformarlas también en expresiones de alegría y recuerdos edificantes.
Las vivencias personales o ajenas que emanan del marco y el conjunto de los sufrimientos y las alegrías configuran el carácter ético, como estilo de vida. Con lo que nos enfrentamos a las dificultades, las superamos y aprendemos a celebrar con dulzura lo que se puede celebrar. Entonces, con las experiencias, nos definimos en valores; y, anteponiendo las cosas, también aprendemos a desarrollar criterios y fortalecer sistemas de estándares, como instrumentos indispensables de buen comportamiento; “flotar” de las crisis, escuchar las aflicciones con los oídos del espíritu, y transformarnos en adultos en permanente construcción.
* Hermano dominicano del centro Ak’Kután en Cobán Alta Verapaz.