Funcionarios: "Somos monitoreados por el FSLN"

Funcionarios: «Somos monitoreados por el FSLN»

A la sombra de un estado policial, violaciones de derechos humanos con impunidad y dos semanas antes de la votación del 7 de noviembre, la reelección de Daniel Ortega y Rosario Murillo significa una continuación de «la destrucción institucional de Nicaragua y la imposición del terror» para activistas, trabajadores del Estado y oponentes.

«Miguel» y «María» llevan más de diez años trabajando en el gobierno y acumulan toda una vida de presiones, el miedo a ser despedidos si no respetan las disposiciones de los comisarios políticos del oficialismo y la decepción creciente porque lo hacen. No prevemos la posibilidad de un cambio político cercano.

Para ellos, los resultados de las votaciones de noviembre se decidieron de antemano luego de meses de disturbios por el encarcelamiento de 40 opositores -incluidos siete candidatos presidenciales-, la ilegalización de partidos rivales, el control de los Consejos de Recepción de Votos en manos de Sandinista. socios. . , el cierre de los medios de comunicación y un estricto control policial de la ciudadanía que ha impedido manifestaciones desde septiembre de 2018.

“Sentimos dolor, tristeza, rabia. Continúan en la misma pesadilla con el miedo a ser despedido por no ser activista y condenado a vivir que tiene que colaborar con las actividades que realizan, también monitoreados por la seguridad interna de la institución tanto en el local de trabajo como en el barrio. (CPC) «, dice» María «, quien trabaja para el sector salud.

Vigilancia vecinal y colapso del FSLN

“María” explica que en todos los distritos hay militantes sandinistas que se encargan de hacer campaña por Ortega y Murillo, desde las primeras horas del día con la radio a todo volumen. Ponen música de propaganda o declaraciones de Murillo cada mediodía. Se refiere a las Unidades de Victoria Electoral (UVE), encargadas de la vigilancia política en los territorios.

«Karla», una enfermera que trabajó durante 12 años en el estado y se exilió en 2019, asegura que este tipo de vida que describe su colega es común en las instituciones estatales, donde suele haber grupos de WhatsApp a través de los cuales dan instrucciones a los trabajadores. .

“No puedes decir nada; tienes que decir lo que te digan. Si quieren que vayas a la plaza con la bandera (sandinista), tienes que ir. De lo contrario, en esta actividad es común que hagan una lista de participantes y, si no fuiste, te indicarán que estás en contra del gobierno ”, describe.

Según la enfermera, los trabajadores de la salud están obligados a acompañar cada explicación médica que se le dé a la población con la frase introductoria que es «gracias al comandante y al acompañante», en referencia a Ortega y Murillo.

La estructura que los supervisa está formada por la Federación de Trabajadores de la Salud (Fetsalud) -el sindicato blanco del Ministerio de Salud- y en los barrios están los Consejos del Poder Ciudadano (CPC).

«Karla» recuerda que en una ocasión, para presentar firmas de apoyo a Ortega, condenado en organismos internacionales por violaciones de derechos humanos, los CPC -en particular los llamados bufetes de abogados de familia- recolectaron firmas aprovechando el trabajo de campo realizado por médicos y enfermeras.

Propaganda gubernamental mostrando a Daniel Ortega y Rosario Murillo. Foto: Confidencial.

Observó a sus colegas llenar las hojas. “Si no haces nada de eso, te persiguen o te ponen a alguien encima, como hice yo. Tuve problemas con un paramilitar que se hacía pasar por miembro del sector salud y me mantenía bajo vigilancia ”, lamentó.

Las quejas de los funcionarios reflejan parte de la creciente desaprobación contra Ortega. Según la última encuesta, publicada en septiembre por la firma costarricense CID Gallup, la simpatía por el sandinismo se situó en apenas el 8%. Este es el punto más bajo registrado en los últimos treinta años, según el consultor político Luis Haug, director de la encuesta.

Las explicaciones de esta caída se limitan a la ineficiencia pública con el manejo de la pandemia y la represión. Tales acciones represivas fueron justificadas por Ortega como la investigación de cargos penales en un complot contra la estabilidad del país, mientras se niega a frenar los abusos cometidos por su gobierno.

El exdiputado opositor Eliseo Núñez considera que la base política es muy débil, ya que está formada por funcionarios que pueden migrar por preferencias políticas, con lealtad generalmente ligada al mecenazgo.

Según datos del Banco Central de Nicaragua, el gobierno central cuenta con al menos 113.534 trabajadores, a los que hay que sumar los que dependen de los municipios, y el 90% de ellos están bajo el control del FSLN.

Incertidumbre también para Ortega

El nuevo mandato presidencial comenzará en enero de 2022, marcado por la incertidumbre para los opositores perseguidos, pero también para el régimen que lleva años sumido en grandiosas batallas de poder.

Las diferencias en Ortega se centran en dos grupos: los llamados sandinistas históricos -participantes en la lucha contra Somoza, aliados del caudillo- y los nuevos simpatizantes de Murillo. Es una “monarquía” con dos poderes como la caracterizó el ex magistrado Rafael Solís, testigo del matrimonio de la pareja presidencial, quien renunció en 2019 denunciando la fabricación de juicios políticos contra opositores.

El analista costarricense de política exterior Carlos Murillo Zamora, profesor de la Universidad de Costa Rica, advierte que lamentablemente ha existido una dictadura en Nicaragua «por un tiempo», siempre y cuando mantengan el control de las fuerzas de seguridad.

Murillo Zamora dice que el otro tema es que Nicaragua necesita ser vigilada de cerca por la región, pero no considera que se tomen medidas contra el régimen.

Por el contrario, mientras en Centroamérica «los regímenes autoritarios y dictatoriales continúan profundizándose», Ortega intenta imponerse con la lógica de que la legitimidad se gana con las armas y no con los votos, argumenta Núñez. Así, el caudillo se siente en una guerra, en la que el terror es uno de sus instrumentos, y los agentes del Estado no son inmunes a esta represión.

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