Fifty countries urge Ortega

¿Hay esperanza en medio de la degradación y la decadencia?

Los insultos y los insultos prevalecieron sobre el discurso oficial. La arenga, agresiva y exagerada, está por encima de todo. No hay matices; su único propósito es despedir gente. Las reglas del juego no son claras ni estables. Nicaragua se guía por el delirio y la simulación; cuando eso falla, florecen las amenazas de violencia arbitraria.

En este escenario de deterioro, cada adversario es un terrorista y un traidor, mientras que el autócrata rudo y desenfrenado es un pacificador y un patriota.

El discurso oficial está desactualizado, pero se hunde, porque evoca ira y odio. Sabemos que es más fácil y efectivo embriagar a las personas con resentimientos, antipatías y viejos rencores (contra Yankees, por ejemplo), que fomentar la aceptación o la adhesión a través de la benevolencia o la razón para construir un futuro diferente.

Se manifiesta la infamia del régimen y la pobreza de pensamiento. Sin embargo, en Nicaragua todo sigue estancado. Nada parece cambiar, como en esta escena del libro de 1975 de Gabriel García Márquez. El otoño del patriarca. La realidad nicaragüense se vuelve aún más extraña cuando se considera que el opresor de hoy fue la guerrilla de ayer que encontró en el personaje de García Márquez una justificación para su lucha.

No cabe duda de que las arbitrariedades del régimen de Ortega-Murillo despiertan la aversión y el deseo de venganza. No hay nada intrínsecamente malo en tales sentimientos: demuestran que reconocemos la injusticia, la necesidad de corregir algo que ha causado un gran dolor. La clave está en lo que hacemos con estas emociones. Los caminos y opciones son variados, pero Nelson Mandela advirtió que debemos evitar canalizar nuestros sentimientos hacia el resentimiento. El líder sudafricano reflexionó que el resentimiento era como tragar una dosis de veneno y esperar que tal acción matara a sus enemigos.

En este contexto desesperado, debemos evitar perder la esperanza. También debemos tener cuidado de no caer en la trampa de las lesiones, para evitar caer en «todo vale». En cambio, necesitamos encontrar el lenguaje y los sentimientos para hablar sobre lo que está sucediendo en Nicaragua más allá de la crisis y el [necessary] reacción a la injusticia y el abuso de poder.

Por supuesto, debemos mantenernos informados de los eventos diarios y continuar exponiendo el engaño y las mentiras. Sin embargo, este trabajo necesario no debe extinguir la construcción y discusión de proyectos comunes a más largo plazo y la ampliación de alianzas. Esto último no solo debe basarse en un odio compartido a la tiranía, sino también en objetivos sustanciales y formas de gobierno que permitan a Nicaragua recuperar los principios fundamentales del estado de derecho.

Poder débil, violencia y miedo

La destrucción de las instituciones nicaragüenses ha sido profunda. La clase política está devastada, las organizaciones y todos los procedimientos normales son débiles; las reglas del juego se cambian ad infinitum y sin consecuencias, según los caprichos de los gobernantes, para garantizar la supervivencia del régimen.

En su ensayo «Sobre la violencia» (1969), Hannah Arendt advirtió que cuando se le amenaza con perder el poder, un régimen autoritario previsiblemente aumentará su violencia. Considera que el poder no debe basarse en la fuerza o las justificaciones sino en una legitimidad que solo puede otorgarse mediante el apoyo voluntario de una comunidad política a una determinada forma de gobierno, como expresión de su voluntad ensamblada y consensuada.

Cuando el poder está en crisis, y en Nicaragua este es claramente el caso, son los medios de destrucción (violencia y actos arbitrarios) los que determinan el rumbo. Arendt describió los regímenes totalitarios como aquellos en los que: «la violencia, después de destruir todo el poder, no abdica de su posición, sino que continúa ejerciendo un control total».

El régimen de Ortega es una expresión palpable de los estragos del poder. Cuando el culto a la personalidad y el populismo resultaron insuficientes para asegurar el mantenimiento del poder, el régimen recurrió a la violencia y la arbitrariedad, al abrigo de su impunidad, para sembrar el miedo y así permanecer en el trono.

El régimen tomó el control del aparato burocrático para ejercer el poder. Esto fue demostrado recientemente por la rápida acusación de un magistrado de la Corte de Apelaciones que ignoró el guión del régimen y permitió una apelación legal de sus acciones. Cuando eso falla, el control se ejerce con fuertes golpes, utilizando sicarios que se deleitan en su impunidad. Estas figuras armadas son las encargadas de entregar mensajes disciplinarios a los hogares como «¡es hora de dejar de cabrearnos!» Por último, por supuesto, también está el temido y publicitado uso del encarcelamiento político.

Es solo incertidumbre y engaño, pero también degradación y decadencia.

Si bien puede parecer que esta escena durará para siempre, el final es inevitable. Los buitres, como en la novela política, han invadido las guaridas del poder y los merodeadores saquean todo lo que pueden. Tenemos que afrontar el engaño actual y la repetición de la escena despótica, pero también tenemos que encontrar las claves para no repetirla, y evitar colaborar con un escenario determinado por la pareja vociferante.

El a veces frustrante Otoño del Patriarca destaca la necesidad de desenmascarar y confrontar a los gobiernos despóticos. Sin embargo, también se plantea la cuestión de cómo evitar que se repita el mismo escenario, y cómo encontrar otra forma de ejercer el poder público antes de que la decadencia lo destruya todo. Es un desafío gigantesco, especialmente porque la escena tiende a repetirse, a medida que aumenta el resentimiento.

Este artículo fue publicado originalmente en español en Confidencial y traducido por Havana Times.

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