La inmensa Concha Marina Deras Díaz – Prensa Libre
Esta mujer creó mundos con sus manos. Hizo juguetes de la nada, produjo historias completas con títeres que ella misma diseñó, hizo teatro. Fue profesora universitaria, actriz, periodista, escritora y trabajadora social egresada de la primera promoción (1951). De hecho, fue miembro del movimiento que hizo parte de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de San Carlos.
Ella era una de las que traía un niño a su casa y lo alimentaba; Tanto es así que a los niños que compraban periódicos para reciclar se les invitaba a desayunar en su mesa. Midiendo 1 metro 52 centímetros, esta mujer era inmensa. Perteneció a esta línea de mujeres únicas e inolvidables. Era la apasionada y transparente María Josefa de La Casa de Bernarda de Alba, dirigida por su gran amigo Hugo Carrillo. Trabajó con Manuel José Arce en la obra Crimen, condena y ejecución de una gallina, y desempeñó muchos otros papeles de manera apasionada y magistral.
Durante el gobierno de Jacobo Árbenz colaboró con Cristina Vilanova de Árbenz, y desde allí su aportación en el ámbito de la seguridad y el bienestar social fue invaluable. Es el espíritu solidario que lo acompañará durante toda su vida, hasta los 87 años. El asesino ingresó a su domicilio el 16 de marzo de 2017, mismo mes y año del incendio donde fueron asesinadas 41 niñas y adolescentes del albergue Virgen de la Asunción y otras 15 resultaron gravemente heridas. Es entonces que Concha Marina Deras forma parte de esta estadística que nos golpea fuerte: del 2000 al 2020, se registraron 12.830 muertes violentas de mujeres y feminicidios (GGM) en Guatemala.
El asesino no abrió las puertas a la fuerza, tocó el timbre y ella lo dejó pasar. La golpeó en la sien con una tabla que, en lenguaje criminal, ahora se llamaría «el arma de la oportunidad». El tablero se había desprendido de un fregadero hace varios días y alguien necesitaba arreglarlo primero, pero hasta entonces era una tarea pendiente. La señora que estaba ayudando en la casa había dicho que conocía a alguien que podía arreglarlo. Durante este tiempo, la mesa se mantuvo fuera del alcance de cualquier persona, ya que tenía tornillos expuestos; sólo quienes vivían en la casa o la visitaban con frecuencia sabían dónde estaba.
La primera en conocer a Conchita es la señora que la cuidaba, que ese día no había llegado a la hora habitual. Aún con vida, estaba tendida en el suelo, toda morada por tanto del golpe. Médicamente, dijeron que sufrió múltiples lesiones en la cabeza y el cuerpo. «Tengo frío», le dijo al médico que llegó con la familia casi de inmediato. Esas fueron las únicas dos palabras que dijo después del incidente y nunca volvió a abrir los ojos. Sangre, como siempre, escandalosa, atrevida. Tocar su piel dolía. Cuatro días después, cuatro siglos en realidad para su hija, hijo y otros familiares, Concha Marina Deras falleció en la unidad de cuidados intensivos del IGSS, donde se decía que la atención era «impecable». Después de haberla enterrado, cerraron la casa y allanaron el camino para una prueba judicial. Denuncias y trámites ante el Ministerio Público y la Policía Nacional Civil, ante el Inacif, trámites de cremación, trámite judicial.
La señora que la ayudó se queda lavando los platos, mientras mira por la ventana de la cocina que da al patio trasero de la casa, donde sucedió todo. Ninguna cámara identifica al asesino. Nunca olvidaré a Conchita diciendo: “Esto es para las niñas de Carolina”, en referencia a las niñas y adolescentes de La Alianza que acompañamos. Para esto no tengo palabras. En el juicio se dijo que el golpe fatal se debió al uso de la mesa; El asesino, Víctor Mauricio Figueroa González, dijo en el mismo lugar: «Yo no lo hice, pero perdóname». Cuatro años después, vuelvo a sentir que Guatemala es un arma de oportunidad. Está ahí, en manos de abusadores, violadores y asesinos que quieren usarlo para matar mujeres.