El entusiasmo que transmite Adolfo Matus Lazo, cuando comienza a recapitular los años invertidos en la cría de toros, es contagioso. La evocación del pasado se convierte en una actualidad permanente. Los recuerdos permanecen vivos en tu memoria. Con un deleite que seduce y cautiva, va y viene sobre el tema. Su versatilidad como conversador adquiere un particular contrapunto cuando relata las alegrías y las tristezas que le han traído los toros. Podía pasar horas hablando de las corridas de toros donde sus animales forjaron una leyenda. Las satisfacciones obtenidas. Le gusta hojear los nombres de cada uno de sus toros. Cada recuerdo constituye un capítulo en la historia de su vida. El sentimiento de orgullo recibido se convierte en su mayor recompensa. El mayor honor.
La probada calidad de sus toros fue la única razón por la que Felipe Torres viajó expresamente desde Camoapa, a San Pedro de Lóvago, para mediar a los costarricenses, dispuestos a pagar un precio de oro, por los animales del ganado de Adolfo Matus Lazo. . . . La operación implicó perder sus mejores cuernos. Su educación ha pasado por el mejor de los tiempos. Tenía catorce toros ganadores en diferentes puertas. El comprador sabía exactamente lo que eran. Deseoso de mantener su prestigio, decide venderle once. Dos fueron al desguace y el otro, el más codiciado, no estaba a la venta a ningún precio. Con El ciervo había forjado una relación romántica. Los que se establecen comúnmente entre ganaderos y animales.
El toro del que habla todo el tiempo tiene un pedigrí prodigioso, pocas veces logrado en la historia de Chontaleño. Dueño de innumerables hazañas, El ciervo había sido un fenómeno, razón suficiente para seguir extrañándolo. Su condición de invicto ha trascendido las fronteras de un departamento que se enorgullece de tener toros de mayor quilate. El ciervo él había hecho su propia fama. Adolfo nunca tuvo la idea de vender el toro que hizo famoso a su rebaño. En San Pedro de Lóvago, tierra de los Matus, Lazo, González, Miranda, Almanza, Aguilar, diferentes familias se dedican a la cría de toros, con el objetivo de que sus animales sean considerados los mejores de Chontales y del resto de Nicaragua. Una obsesión que perdura en el tiempo.
Entre angustias y certezas, El ciervo alcanzó su consagración en los albores del siglo XXI. Los chontaleños llegaron a las montaderas de la Feria Expica-2001, decididos a apoyar la galantería de sus toros. Desde la década de los 40 hasta la de los 70, la fama vino de las haciendas de Hato Grande, San José y San Ramón. Para asistir a Expica, Orlando Bravo, Nazer González, Conchito González, Adolfo Matus Lazo y Dámaso Romano, eligieron sus mejores cuernos. La corrida de toros fue el cierre de la feria agrícola. Los pastores se dirigieron a la capital por la mañana. Querían llegar temprano al matadero de Proincasa, frente a los recintos verdes, en Cofradía, para que los toros pudieran relajarse. Una práctica arraigada.
Antes de partir por la tarde, los dueños de los toros celebraron una reunión. En un dos por tres, asignaron los toros que debían desafiar la virilidad de cada uno de los jinetes, con su nombre y apellido. Sergio Figueroa Aguilar se incorporó al encuentro como participante. En las justas de jinetes de toros, los dueños de toros tienen la creencia de que no se deshacen simplemente de ellos. Siguen pensando con la fe de un carbonero, que los montadores pueden hacerlos «Macumba» (dales un brebaje o serás maldecido), para interferir con su desempeño. Ulises Herrera participaría en el evento, El norteño. Sabiendo que era un editor de prestigio, acordaron confiarle El ciervo. Al final del encuentro, los chontaleños se sintieron felices y confiados.
Todo iba según lo planeado, de repente apareció Ronald González Serrano, el Campisto —El sobrenombre con el que se le conoce en el mundo taurino —le dice a Adolfo: «Primo, no cometa el error de darle a Ulises El Venado, recuerde que es un toro flamante y la espuela norteña es pesada». La respuesta fue abrumadora: «La decisión ya está tomada». El ronco, editor de varias elevaciones, originario de El Carmen, le había dicho al Campisto, que le había dicho Ulises, «Que el trabajo ya estaba hecho». Cástulo González, hijo de Don Cástulo González, reconocido criador de toros de San Pedro, junto a Don Polo González, hablaron en los mismos términos: «Adolfo, no se lo des, tiene arrendamientos». A partir de ese momento se puso espinilleras. Las dudas lo asaltan. Nada fue igual.
A las ocho de la noche, estalló la Plaza de Expica, los toros chontaleños fueron el atractivo. Todos estaban convencidos de que no se decepcionarían. Llegaron con la intención de asistir a una montadera, similar a las anteriores, las que marcan época en los anales de las corridas de toros nacionales. El ruido aumentó y se extendió por todo el recinto. Cuando solo quedaba jugar El ciervo, solo dos toros habían sido imbatibles: Cristal y El pandillero. Pepe Matus mantuvo alterado su ánimo. Montado en un caballo y micrófono en mano, rodeó la plaza invitando a los participantes, ofreciendo aliento al jinete. El premio consistía en darle dinero de sus bolsillos. La animación de Pepe ha llegado a su clímax, todos esperan el desenlace.
Don Orlando Bravo le pidió a Adolfo que le permitiera realizar la falsificación, el San Pedrano aceptó gustoso el pedido. Montando el toro El norteñoEn lugar de mostrar su casta, se arrojó. Dos veces más hizo lo mismo. La agitación se apoderó de Adolfo. El ciervo se acostó en cuanto sintió el peso de Ulises. La espera aumentó. Ante el desánimo del toro, Adolfo empieza a creer que el «Arrimo» Era verdad, (supuestos pactos que los ensambladores hacen con el diablo). A esto le atribuyó la negligencia. Otra presa del dogma que se apodera de los criadores: los toros pueden «Haz arreglos para ellos», para dañar al animal y para que los jinetes ganen. Las dudas le carcomían y le cambiaban el pulso. ¿Qué otra razón podría haber? Su nerviosismo era evidente.
Don Orlando se había cuidado de ponerle una soga al cuello; Para salir del trance, el santotomasino recomendó que se abriera la puerta con la manga. Viendo el frente despejado El ciervo pisoteó. Saltó como nunca antes, hizo una llamarada aterradora. El norteño fue literalmente arrojado al aire. En su caída, barrió el lomo y el trasero del toro, con el filo de las espuelas. Le dejó una herida de unos veinte centímetros. La presión de ciervo era tan fuerte que rompió uno de los «Piones» espuelas. Los gritos fueron ensordecedores. Incluyendo el dinero que le darían como premio si domesticaba al toro, la suma fue sorprendente, llegó a ochenta mil córdobas (CA $ 80.000). Nunca supimos cuánto eran las apuestas.
Al final de la corrida, Adolfo pidió al Norte, la amabilidad de darle las espuelas. En un gesto noble, se los presentó. Hoy los guarda en vitrina como uno de sus grandes tesoros. En la parte inferior se puede leer una inscripción que dice: «Expica-2001». A partir de este momento, Ulises se enamora. No estaba dispuesto a ceder. En el primero, no tuvo que rendirse. Para establecer su calidad y despojarlo de su fama, fue en busca de El ciervo. La ira fue tan grande que lo montó seis veces y seis veces el toro se abalanzó sobre él. Para una fiesta patronal en San Pedro, Ulises montó los tres mejores toros de Don Cástulo González y los arrestó. En el último día de las corridas, Ulises pidió que se le permitiera volver a montar El ciervo y lo tiré. Nunca he podido con él.
Con el tiempo, la leyenda de ciervo siguió creciendo, Nelo Guido lo montó ocho veces y lo esparció ocho veces. Adolfo sintió la fama del toro como propia. Su mayor trofeo. El cuidado que se le brindó para curar la herida recibida en Expica tuvo efectos positivos. Adolfo pasó su condición de veterinario con buenas notas. El ronco se aventuró a jugar su suerte, subió dos veces al ciervo. Su deseo de coronar la hazaña se vio frustrado. No pudo con el toro. El Guapote, el famoso editor de Rivense, dispuesto a vengar la mala sangre de sus amigos, ha sido despedido. En Clip, fue la última vez que lo jugaron y no pudieron domarlo. A lo largo de su trayectoria, El ciervo, estaba invicto. Nunca pudieron detenerlo.
Cuando hacemos un conteo provisional de los toros, campistas y jinetes, que han hecho famoso a Chontales, experimentamos una cierta desconsolación. La supremacía que una vez tuvimos está disminuyendo. Más desgarrador es ver las cosas cambiar. Muchos pastores nicaragüenses, incluidos los chontaleños, viajan a Costa Rica por el Vellocino de Oro. Un cambio de ciento ochenta grados. Hemos pasado de exportadores a importadores de toros. Ojalá el esfuerzo de muchos criadores chontaleños dé sus frutos, decididos a renovar nuestro prestigio. Quieren seguir siendo dueños de los mejores toros de Nicaragua. Hay que tener presente, una tradición que no se puede renovar, una tradición que se está perdiendo. Debemos dejar de imitar para consolidar lo que nos pertenece.
Tres días antes de la inauguración del Plaza de Toros Isabel y Humberto Mongrío, 10 de julio de 2007, El ciervo Estaba programado para esa tarde, pero no fue posible, cuando lo encontraron muerto en un pastizal con un balazo en la frente. Se desconoce su muerte. Algunos especulan que podrían ser editores irritados. Saldaron sus cuentas disparando al animal. Otros dicen que puede haber sido causado por criadores de toros, envidiosos de la fama que han acumulado. Cualesquiera sean las razones, su nombre está inscrito en la famosa galería taurina, como el cometa, El Viajero, El Cumbo Negro, El Calereño, El Adivino, El Micailo, El puente roto etc. Está en juego el prestigio de la cría de toros en Chontales ¿Pasarán el desafío? Eso aspiro.