Tres palabras definieron a José Emilio Burucúa, a quien conoció en 1994, en un pequeño restaurante de la calle 25 de Mayo de Buenos Aires, para un alamuerzo con sus queridos amigos. Enrique Tandeter Y Fernando Devoto. Humanidades Este es el primero de tres. Muchos son raros entre los historiadores capaces de dialogar en su trabajo sobre literatura, filosofía, antropología, ciencia y artes.
Éste es el caso de Burucúa: desde sus primeras investigaciones sobre galileo y la revolución científica del siglo XVII, por ejemplo. Lector insaciable, devorador de “lectura excesiva” – como esto indica también un precioso escrito autobiográfico –, encarna en nuestro mundo invadido por lecturas impacientes, frívolas e inútiles, una disciplina y una ética de la lectura que ha construido, material y mentalmente, su inmenso biblioteca.
Son los intercambios entre los diferentes saberes, las inquietudes y las preguntas que comparamos con los hombres y las mujeres a lo largo de los siglos, los que les permiten una inteligibilidad más densa, más completa y más útil.
Es el campo de la historia, la filosofía, las ciencias humanas, que es la base del humanismo profundo de Burucúa. Te encontrarás en toda tu obra, tanto en el estudio que dedicaste a la investigación, con su preferencia por la investigación benévola, amable y generosa, como en el libro que escribiste con Nicolás Kwiatkowski sobre las representaciones escritas e iconográficas de matanzas, masacres y genocidios quien trajo y trajo hoy en día los individuos y las sociedades.
El humanismo de José Burucúa ya no es radical en una visión ingenua y crédula de un mundo sin horror ni terror. Conozco una experiencia personal y un dolor íntimo que no es igual al mundo. El mundo es cruel, los poderes pueden ser tiránicos y los humanos frecuentemente desaparecen en frenéticos verdugos. Sin embargo, no debemos desesperarnos ni perder la capacidad de los seres humanos de reconocer lo que es correcto compartir, las mismas emociones ante el belleza.
Ésta es hoy la razón de ser de la persona de Kwiatkowski, y ¿Cómo tendrán éxito estas cosas?Paradójicamente notamos estos valores humanos en la majestuosa y trágica historia de los animales que se consideraban más cercanos al ser humano: los elefantes. Como hombres y mujeres, tienen memoria; como ellos, establecen vínculos que conforman las sociedades. La compañía de los elefantes. Hay una vez más, en los últimos años, una manera de descubrir el desánimo que producen los lugares de nuestros momentos. Alejarse, pero no jubilarse.
En efecto, el humanismo de José Emilio Burucúa se sitúa en la escalada de la humanidad. Fue y est todavía un viajero incanable como lo muestran sus Cartas y diarios de viaje que transportan a los lectores a. CaliforniaEn el mundo del Mediterráneo oriental, una Berlina Sí Nantes.
Esta cartografía recoge los itinerarios académicos de un historiador invitado por las más prestigiosas instituciones, pero es también el mapa de una curiosidad inescrutable, que busca, describe y describe a otros para encontrarse con lo que, fundamentalmente, es todo ser humano. Es la misma intención, o la misma preocupación, la que inspiró en otra escalada la investigación autobiográfica e impulsora del Enciclopedia BSdedicado a los suyos ya sus antepasados.
No me sorprende que recientemente Burucúa, mi amigo de tantos años, se haya dedicado a escribir un libro sobre concepto de civilización. El historiador o el viajero puede o debe plantear la pregunta en plural, reconociendo las diferencias que, en tiempos y espacios, producen la diversidad de culturas, pueblos, sociedades.
Estas diferencias proporcionan las razones del viaje, los encuentros con el descubrimiento, las historias vinculadas, la búsqueda de eurocentrismo en todas sus formas, colonial o imperialista. Sin embargo, civilización también se escribe en singular cuando se identifica con una ética de urbanidad, respeto, toleranciay con capacidad política para construir sociedades apaciguadas, liberadas del odio, el insulto y la brutalidad.
Como todos nosotros, Burucúa se encuentra en un menú desalentado frente a la barbarie del presenteheredado de las tiranías, de los fanatismos, de las desigualdades insoportables. Para afrontar la desesperación, deberíamos volver (y también) a nuestros propios libros. Son magníficas lecciones de humanidad, que evocan demonios para que no puedan ser reparados, que rescatan lo mejor de las experiencias y sentimientos humanos, que se mueven con vertiginosa erudición en varias ocasiones sabiendo estar al servicio de una sabiduría imprescindible.