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Nicaragua, una revolución traicionada, una democracia aplastada

Quienes firmamos este texto tenemos fuertes vínculos con Nicaragua, algunos construidos en la década de 1980 y otros más recientemente. Nuestra solidaridad de antaño va de la mano de la indignación que sentimos hoy contra un gobierno dictatorial que dispara a la gente en nombre de una revolución traicionada.

Cada día somos más los que nos damos cuenta de que el sandinismo histórico es la antípoda del poder autocrático de un presidente que usa obscenamente el lenguaje, las consignas y hasta las canciones de una revolución extinta, para manipular los sentimientos del pueblo y hacerle creer que la represión, la cientos de personas asesinadas, encarceladas y los miles de exiliados, estudiantes, feministas, defensores de derechos humanos… son el camino hacia una vida mejor.

El último episodio del régimen menos represivo fueron las elecciones del 7 de noviembre. Fraudulentos y requisados ​​por el gobierno y un Consejo Supremo Electoral subordinado, dejaron de lado las candidaturas y las fuerzas políticas que pudieran cuestionar la hegemonía de Daniel Ortega. La detención, encarcelamiento y destierro de candidatos, además de la proscripción de varios partidos políticos, es la prueba más reciente del aplastamiento de la democracia.

La escalada represiva de un régimen que elimina libertades y persigue a los opositores es antigua. El régimen Ortega-Murillo se lanzó a fines de 2006, implementando el nuevo Código Penal aprobado que declara delito todo tipo de aborto, incluido el terapéutico y cuando la vida de la madre está en peligro. Este es el precio que pagó Ortega al cardenal Obando y Bravo por no obstaculizar su acceso a la presidencia. Naturalmente, los movimientos de mujeres se lanzaron a las protestas y se convirtieron así en un objetivo prioritario de la represión del régimen.

Desde su toma de posesión como presidente en enero de 2007, la represión del régimen ha sido sistemática y progresivamente más amplia y radical, llegando al extremo de cometer crímenes de lesa humanidad cuando reprimió brutalmente la insurgencia. Día cívico de abril de 2018. Desde entonces, decenas de Se han cerrado ONG, tanto locales como extranjeras. Las organizaciones de derechos humanos se han disuelto. Las detenciones indiscriminadas y el encarcelamiento como método para sembrar el miedo se suman a la represión de las figuras políticas y culturales afectadas. Se recompensa la mala conducta de los jueces y se movilizan milicias favorables al gatillo para detener las protestas ciudadanas legítimas. Se cierran los periódicos y las emisoras de radio que ejercen su derecho a criticar; el trabajo del periodismo independiente se ve obstaculizado; los jóvenes activistas son expulsados ​​de las universidades.

Cabe señalar que la pareja Ortega-Murillo tiene una preferencia particular por seguir persiguiendo a los movimientos de mujeres. Algo que surge de la denuncia interpuesta, en su momento, por movimientos feministas contra el abuso sexual del presidente a su hijastra, Zoilamerica Narváez, quien con su testimonio (1998) sacudió a Nicaragua.

Quienes firmamos este texto nos llama la atención el silencio de ciertos izquierdistas ante la deriva antidemocrática de Nicaragua. Es cierto que algunas personalidades, principalmente de la intelectualidad de izquierda global, se han distanciado del gobierno nicaragüense. El fallecido Eduardo Galeano, cuando se enteró de lo sucedido en la “piñata” (1990) prometió no regresar a Nicaragua. Y nunca lo hizo. El «subcomandante Marcos» llamó a Ortega traidor. José Pepe Mujica le pidió a Ortega que abandonara el gobierno luego de la masacre de abril de 2018. Boaventura do Santos y Noam Chomsky critican la autocracia, al igual que Leonardo Boff y Gustavo Petro. Pero también es cierto que la izquierda política, principalmente institucional (sin incluir a los socialdemócratas), siguió apoyando al gobierno de Ortega y Murillo, con algunas excepciones.

También nos llama la atención el hecho de que una parte importante de estas organizaciones de izquierda, incluidas las vascas, acepten la versión oficial que califica los hechos de abril de 2018 como un intento de golpe de Estado. Realmente es absurdo pensar que manifestantes con palos y pancartas darán un golpe de Estado contra un poder que tiene el ejército, la policía, la mayoría de la Asamblea Nacional, la malversación de los jueces y las fuerzas paramilitares. También cuenta con el apoyo mayoritario de los medios de comunicación totalmente controlados por los hijos de Ortega y Murillo, una vez barridos por los medios independientes de oposición.

Nous sommes encore plus frappés par le fait que ces gauchistes se taisent face à la répression systématique contre les opposants, qui comprend depuis 2018 meurtres, arrestations et exil massifs et gardent le silence sur les conditions horribles dans lesquelles se trouvent les prisonniers politiques, environ 170 en este momento. Aislados, sin acceso a la higiene, sin luz, sin papel ni lápiz, prácticamente sin comida, donde las mujeres y hombres encarcelados no sobreviven mejor que en las cárceles de Somoza.

Está claro que los derechos humanos no tienen cabida en Nicaragua, por muy cristiano y socialista que se proclame el régimen de Ortega-Murillo. Un confesionalismo que debería avergonzar a estos izquierdistas.

A nuestro alrededor, escuchamos voces que describen el régimen autocrático que denunciamos como el menor de los males. Dicen que con la ley todo sería peor. Pero nunca ha habido tanta gente en Nicaragua que busque la migración como un problema por falta de oportunidades, a lo que también hay que sumar 200.000 personas obligadas al exilio desde abril de 2018.

En realidad, Ortega favoreció políticas específicas que poco tienen que ver con principios de izquierda: prefirió políticas de libre mercado, tratados de libre comercio, maquiladoras y concesiones incondicionales al capital extranjero. Además, aplicó con mano firme las políticas anti-migratorias de Estados Unidos, y nadie que pudiera haber tenido la intención de emigrar a Estados Unidos entró por la frontera sur de Nicaragua. Ortega convirtió la frontera con Nicaragua en el muro que Trump quería.

Asimismo, Ortega autorizó la presencia militar de Estados Unidos y las actividades de la DEA en Nicaragua con el pretexto de combatir las actividades relacionadas con las drogas. Todo esto llevó a que Nicaragua obtuviera las mejores calificaciones del FMI, el Banco Mundial y el BID (baluartes de la izquierda global, como todos sabemos). Asimismo, las relaciones con Estados Unidos hasta 2018 fueron de las más cordiales, partiendo de la premisa de que lo que importaba era lo que realmente hacía el gobierno de Nicaragua, no lo que parecía estar haciendo, y mucho menos lo que decía en ocasiones.

Nicaragua no se encuentra en la segunda fase de una revolución, que fue aplastada hace mucho tiempo por los gobernantes de hoy. Lo que realmente es estar atrapado por un régimen familiar dictatorial que da la espalda a la separación de poderes y con lenguaje antiimperialista ejecuta políticas asistenciales que no cambian la estructura de propiedad ni el modelo económico del país. Los pobres siguen siendo pobres.

Creemos que la solidaridad con Nicaragua hoy significa tomar posición contra el régimen que oprime a su pueblo y apoyar a quienes sufren la represión por haber ejercido sus derechos políticos.

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* Artículo publicado originalmente en Naiz.eus en el País Vasco.

Signatarios:

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Este artículo fue publicado originalmente en español en Confidencial y traducido por Havana Times.

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