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El bicentenario de la tierra natal de los criollos – Prensa Libre

Hace dos siglos, todo estaba listo para la firma de un documento que certificaba el traspaso del monopolio político y económico de la corona española a la oligarquía criolla. La farsa independentista fue inventada por la poderosa familia Aycinena, interesada en la persistencia del statu quo que les permitía conservar sus privilegios. En el documento de emancipación, redactado por Mariano y Juan José Aycinena, Pedro Molina, Mariano de Beltranena y José Francisco Barrundia, se registró que Gabino Gaínza, alto dirigente político de la provincia de Guatemala, o representante del rey, se convirtió en el primer presidente de la nueva república. De esta forma, se aseguró que, si bien se rompieron los lazos de dependencia con España, las estructuras de poder sobre las que se asienta la colonia y en las que los pueblos indígenas no tenían los mismos derechos permanecían intactas. La independencia fue consumada para la oligarquía criolla, pero esta hazaña no se extendió a los pueblos originarios, que continuaron bajo el yugo opresor.

La nueva patria no era para todos. Era la patria de los criollos, que ya no tendrían que compartir la riqueza creada por el trabajo de los nativos. Esta élite emergente carecía de una propuesta política alternativa a la colonia y en principio instituyó la ciudadanía y la propiedad privada de la tierra, como una forma de relación entre los habitantes y las instituciones del nuevo estado. Pero este principio no se aplica a todos de la misma manera. En el doble discurso republicano, el principio de ciudadanía universal, que hubiera eliminado las diferencias entre todos los habitantes del territorio nacional, dio paso a las demandas de incentivar la producción agrícola para mejorar los decrecientes ingresos económicos.

En el espíritu liberal, se entendió que la nueva nación se desarrollaría a partir de la agricultura explotada en las grandes haciendas. Pero si estas tierras no produjeron la riqueza deseada, no fue por mal manejo, sequías o falta de fertilizantes, sino que, según los criollos, fue porque quienes se vieron obligados a cultivarlas, los indígenas, prefirieron cultivarlas. vivir en el vicio y la pereza en lugar de trabajar. Así comenzó la construcción social del concepto de que el indio que no poseía tierra era holgazán porque no producía riqueza. Según Rojas Lima (1992), se trató de una construcción argumentativa basada en viejos prejuicios coloniales por la cual los indígenas se consideraban a sí mismos «holgazanes, indolentes, apáticos». Para no tener esta calificación, debían tener «medios de subsistencia reconocidos y honestos», según la definición de propiedad privada. ¿Y cómo podrían haber tenido una tierra si la hubieran destruido? Así, si no tuvieran propiedad privada, no podrían ser tratados como ciudadanos y se promulgaron leyes para obligarlos a trabajar, con el pretexto de que eran «ociosos» o simplemente holgazanes.

Cojtí Cuxil (2005) indica que en 1829 la Asamblea Legislativa decretó la ley contra la vagancia, dedicada a los jornaleros y artesanos indígenas que se encontraban en la pobreza y no tenían “medios de vida conocidos”, para obligarlos a trabajar en las fincas del Sur. Costa. Por ley, los propietarios de haciendas y obras públicas podían pedir a los alcaldes que les buscaran indios para tareas específicas. Con este argumento legal, los indios eran prácticamente expulsados ​​los domingos saliendo de misa o en el parque, y para que no huyeran, eran trasladados adscritos a las haciendas donde se requería su trabajo. Fue el verdadero rostro de esta hazaña de independencia. Por lo tanto, no hay nada que celebrar por el bicentenario de una independencia que solo ha significado más saqueo y miseria para los pueblos indígenas.